viernes, 9 de diciembre de 2011

Siete... Relato antiguo.

Ya estaban a más de la mitad del recorrido y llevaban 22 jornadas desde que habían entrado en España. Se acercaban a una pequeña ciudad en busca de la casa de invitados de algún monasterio o algún albergue para peregrinos.

Jean, Pierre y André eran novicios de la orden de San Juan del Hospital, y como peregrinos hacían el camino de Santiago, en él se encontraban personas de todos los estamentos había nobles, identificado por sus grandes caballos, campesinos ,en busca de favores para las cosechas, clérigos, hombres libres... Jean, Pierre y André siguieron a su grupo hasta un albergue dentro de la propia ciudad, allí los monjes les ofrecían un poco de pan bazo y sopa de verduras un tanto más aguada de lo normal, esto no resultaba extraño ya que en la época estival aumentaban los peregrinos y la comida no abundaba.
Jean decidió salir a pasear por la ciudad antes de que cerraran las puertas del albergue. Entre las calles desordenadas los pocos comercios que había recogían sus puestos. Las tabernas estaban llenas, desde varias decenas de metros se escuchaban las voces y cánticos de algunas de ellas. La cerveza fuerte y el vino caliente embriagaba los tonos de aquellas gentes de diversos lugares, Jean sabía que no estaba bien visto que un novicio entrara en aquellos lugares, pero ya bastante penitencia hacía con el camino se dijo.
Un olor ocre le invadió de inmediato, las 6 mesas que llenaban la estancia estaba repletas de gente extraña, por el acento se escuchaban a ingleses, germanos y otros irreconocibles. Había hombres de armas, comerciantes, distinguidos por sus ropajes de imitación a la nobleza y su bolsas bien protegidas, cerca de unas puertas que presumiblemente daban a una pequeña habitación cubierta de paja había tres prostitutas insinuándose a todo hombre, una de ellas parecía haber pasado ya por el santo oficio. Tenía la punta de la nariz cortada. Jean al final decidió acercarse un par de francófonos que retocaban unos instrumentos de madera, eran juglares de la zona del Languedoc. Jean escuchó algunos de sus relatos que ya conocía. Con aire impertinente les dijo,- ¿no tenéis nada nuevo?
Los juglares se miraron, con risa malévola uno de ellos empezó a narrar una historia de ese mismo lugar.
La historieta hablaba de una dama que se entregó a su príncipe antes de casarse, después de aquella noche, dicho príncipe no se dejo ver más. Ella desconsolada contó lo ocurrido, y el santo ofició la condeno a morir emparedada y dicen que por las noches atrae a los hombres que están excitados y deseosos de placer sexual. Al día siguiente estos hombres se encuentran muertos de pie y pegados al muro donde ella yace. A Jean aquello en cierto modo le excitó bastante, aturdido, despidió a los juglares y se encaminó hacia el albergue.

Gracias a que André lo identificó y explicó en un mal castellano que eran novicios, el moje encargado de las puertas lo dejó entrar. André estaba preocupado, Pierre no había llegado y ya los monjes habían ido a dormir. Jean lo despreocupó, Pierre no lleva bien la castidad, y hasta que no pronuncie los votos habrá ido a disfrutar.
Los compañero se acostaron. Jean tuvo dificultad para dormir, no dejaba de aterrarle un sueño. Kelpie venia hacia él con un insinuante baile, mientras sus ojos le hechizaban, sus blancas manos le desnudaban. Ella vestía un delicado vestido de gasa blanco que dejaba poco a la imaginación del joven, éste pensó que aquello era un ángel. Pero cuando se encontraba totalmente desnuda ante él, no pudo resistirse. Agarrándose a sus pechos Jean empezó a besarla, todos los votos que dentro de poco iba ha pronunciar se desvanecieron en besos, caricias y tremenda lujuria. Aquel cuerpo parecía absorber toda mesura de su ser, sentía tantos deseos que parecía ahogarse en ellos.

A la mañana siguiente un murmullo nervioso brotaba desde todos los puntos del albergue. Jean se lamentó de que lo de anoche sólo fuera un sueño, aún en su cuerpo quedaban restos del lujurioso espectáculo que su mente creó. Si en aquel momento le hubieran mandado pronunciar los votos no sería capaz, realmente no sabía si después de ese sueño querría pronunciarlos.
El monje que la noche anterior le abrió las puertas se acercaba presuroso a ellos, en su rostro pura preocupación. Jean y André quedaron extrañados el anciano monje mandó que lo siguieran con un gesto de su mano, recorrieron parte de la ciudad notando que la gente estaba un tanto alborotada. Era muy extraño, a lo lejos se veía una apiñada multitud. Jean como pudo se hizo hueco encontrándose con una escena aterradora, su compañero Pierre pálido y completamente desnudo estaba pegado a un muro de piedra. Jean y André se santiguaron como acto reflejo, en la espalda de Pierre había una inscripción al parecer hecha con un filo cortante. Ésta decía:

"...
No beses su boca
Si a medianoche tú la ves
Pues si acaricias esos labios
Siempre morirás de pie
Entre los muros, (con Pierre), ya hay ciento diez”


Dedicado a mi grupo preferido que hoy está mudo por la marcha del mejor vocalista que tuvo y tendrá. Y a ti que eres parte de todo esto ahora y Siempre…

Canción: Kelpie. Mago de öz, Finisterra.

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