domingo, 11 de diciembre de 2011

Ocho... Relato


De la temblorosa mano se mecían las velas del candelabro. La luna reinaba en su punto más alto, la medianoche dejaba su manto de grata oscuridad fuera del gran torreón. El silencio se rompía con cada paso que daba el portador de las velas que alumbraban una oscura travesía hacia el suelo más profundo y húmedo de las mazmorras.
Terminada la bajada, una amplia cámara recibía al nervioso y angustiado hombre que durante la noche el sueño le fue arrebatado como arrebata la fría cuchilla de la muerte la vida de los jóvenes en su inesperado caminar. Ya no podía aguantar más, tenía que bajar a visitarlo y hablar con él. Sabía que los años de oscuridad y letargo en la celda más oscura y deprimente lo conservarían para este momento. Con resignación se encaminó hacia la única puerta que existía al final de la gran estancia . La puerta recibió con con desgana el reflejo de la luz, su plateada piel bien repujada de las más infames criaturas demoníacas que se retorcían, golpeaban, desmembraban y fornicaban a placer adornaban una cerradura en el centro con la forma de una corazón humano. En él introdujo una llave negra que al girar accionó el mecanismo que permitía ceder con gran esfuerzo la pesada puerta. El interior era oscuro incluso con la luz de las velas, el apesadumbrado hombre, no sin esfuerzo, cerró tras de si la puerta y colocó el candelabro en una mesa que presidía la habitación no más grande que un dormitorio. Cuando la luz aclaró la estancia se podían contemplar grabados hechos a mano de ojos lagrimeando, frases tristes y desesperadas escritas en letras mayúsculas que rodeaban las paredes. En el cercano techo se apreciaban grabados en roca viva de mujeres de largas cabellos y con miradas lascivas mostrando con perfección cada insinuante curva de su cuerpo, algunas de ellas tenían sus formas desgastadas por el constante contacto de unas manos. Mientras contemplaba el desorden de los grabados fue bajando la mirada. A media altura y como si de una cuchillada se tratase unos vivos ojos verdes se clavaron en él dejándole sin respiración por un momento.
-¡Cuanto tiempo viejo amigo!- espetó una voz seca y ronca.
Bajando la mirada y recuperando un poco la respiración anteriormente arrebatada, contestó con pesadez en su voz ya no tan cálida. - Menos del que quisiera. Ya lo sabes.
-Sí, ya sé que no sientes gozo al visitarme y menos cuando vienes solo, sin la vista de tus ángeles.- Mientras la voz decía las últimas palabras una mano de color sanguinoliento con uñas largas y rotas salió de la oscuridad y acarició algunas de las mujeres grabadas en el techo. Tras un incómodo silencio el ser de voz seca y ronca se acercó un poco hacia luz, lo justo para dejar entrever una silueta oscura de gran tamaño y desproporcionadas formas en su cuerpo. Garraspeando con la boca abierta, para hacer sentir más incomodo a su visitante, el ser le preguntó: -¿ Por qué solo vienes a mi cuando tu realidad etérea y en gran medida fingida se derrumba sobre ti?-
Levantado la mirada para contemplar aquello contestó: - Sabes que no pueden verte, que pocos, muy pocos saben de ti y que ellas – alzando la mirada hacia los grabados de las mujeres- solo te ven cuando las poseo conquistando su cuerpo y su alma y no son capaz de distinguir la realidad por el placer. Además ni tú mismo te atreves a salir de aquí. Sabes que podría dejar esa puerta abierta y jamás la atravesarías.
La silueta oscura se alzó para besar la cara de una de las mujeres del techo dejando ver parte de su cuerpo lleno de cicatrices y heridas supurantes que apenas dejaban un trozo de piel libre de marca. Cuando descendía para volver a su original posición dejando la mano posada sobre ella dijo : - No seas tan osado, tú también sabes que el impulso puede poseerme, y puedo salir airado desatando el caos en cada rincón de esta tierra buscando que el placer, el cariño y puede que el amor, me rediman de todo.
Soltando un bufido , mirando con desprecio hacia un lado y con media sonrisa irónica preguntó airado el hombre: - ¿ Quién podría amar a un ser deforme, lascivo y horrendo como tú?.- Levantando un poco más voz- Y si alguna vez osas salir de aquí piensa que harás que nos maten a ambos, y que todos nos miren peor que al abono de las tierras que se cultivan en estas tierras.
Con ira y rabia el ser cogió el candelabro y lo estrelló contra la pared dejando ver por unos instantes un rostro partido y deforme de grandes ojos verdes. De la oscuridad la seca y ronca voz gritó: - Me amará quién a ti te ame. - el grito se volvió chillido desgarrador- Y el día que de aquí me atreva a salir será de la mano y las caricias de los que te acepten tal y como somos.-
Tras escuchar asustado aquellas palabras, el hombre apresurado salió de la habitación. A oscuras y palpando con sus manos la puerta metió la llave en el corazón y empujó con ansia para cerrarla mientras en el interior se escuchaba aún rodar el candelabro de hierro. Aún sin aliento y creyendo escuchar como unos grandes puños golpeaban la puerta, corrió en la más negra oscuridad dejando tras de sí la estancia vacía, sin nadie ni nada dentro. Tan solo un candelabro de hierro abollado y velas rotas en el suelo. Tal y como siempre había estado, pues ni esa noche ni nunca hubo nada allí, esa noche, como todas, tan solo estaba él.

Canción: Requiem. Mozart

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