lunes, 28 de noviembre de 2011

Tres...

Estos dias he estado reflexionado sobre esa medida de defensa que tiene nuestra mente ante muchos estímulos. La máscara o armadura que aísla a un ser frágil o lleno de dolor.
En el primer caso, la utilizamos de forma permanente ante todo lo que nos rodea y sale de nuestra intimidad. Los miedos que recorren nuestro cuerpo son disfrazados y enjaulados en una pose que nos crea cierta seguridad, pero al mismo tiempo nos llena de grietas y nos hace más vulnerables. Esos miedos son parte de nosotros, terrores que tenemos desde siempre, cosas que no aceptamos de uno mismo o complejos que no queremos desvelar, y que realmente la pose forzada realza ante los ojos que nos observan. Para combatirlos es muy importante saber cuales son nuestras debilidades y dificultades y aprender a vivir con ellas y hacerlas fuerte. Pero por experiencia sé que tener a alguien a nuestro lado ayuda mucho, pero cuando ese alguien falta… es más complicado.
El segundo caso es el peor. Enmascaramos un dolor tras unas armadura de espinos, que hiere y daña todo cuanto nos rodea.  A veces cuando estamos pasando un mal momento y no compartimos parte de nuestras lágrimas con alguien, por no hacerla sufrir, estamos clavando espinas y alejando todo aquello que amamos. Incluso hasta un fin que jamás se desea, ese dolor es mucho peor y parece casi eterno. Por ello no creo que haya que encerrarnos tanto en un mal momento y menos con la persona que está ahí a nuestro lado en el coche sentada, en un banco o en la cama. Todos esos sitios en los que pudimos abrir una coraza y dejar que salga el dolor que nos aflige.
Las máscaras y las armaduras nos alejan de lo que somos y de lo que amamos, nos oxida por dentro y pudre todo lo que tocamos. Nos hace dueños de una herida que nadie cura y nos llena de una amargura que ahoga.
Ahora es difícil salir, quitarnos cada una de las visagras y muecas que nos ocultan. Ahora estamos a merced de todo cuanto nos quiera dañar, pero con la esperanza de que todo un día se irá.
Todo esto nos aísla y nos reconforta en la intimidad, pero hay que cuidar bien de que con las personas a las que amamos y nos quieren hay que estar con el alma desnuda y llorar cuando se pueda...

Frase: "Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos." François de La Rochefoucault.

Canción: El poema de la lluvia triste. Mägo de oz. Gaia II

viernes, 25 de noviembre de 2011

Dos...


En la vida encontramos ,y a veces forzamos, cientos de batallas contra el mundo, contra otros, contra nosotros... Intentamos ganarlas, no como un premio ni un valor o recompensa, si no con una experiencia y un aprendizaje. Pero hay batallas que están hechas para ser perdidas y aprender de ello, de las lagrimas que escupe el alma, de la respiración que se nos entrecorta y de la sensación infinita de derrota.
El tiempo es la acero que blande nuestro mal y que a dentelladas y desgarros espera el momento oportuno para derribar un muro creado de una fortaleza vana. En los instantes de cansancio y desgana, como sigilosa serpiente notamos el punzazo en el vientre, preludio de un dolor intenso y de sabor amargo.
Se desvanece la luz y nos ahoga la sombra,mientras intentamos comprender y controlar los primeros estertores con los que se escapa la vida, las imágenes inundan una mente cansada y vencida que a cada segundo aplasta los párpados y se dejan ver las primeras gotas de la sangre emocional que es el llorar.
Rendirse a la derrota anunciada no sería tan malo, si por un segundo se mantiene la idea de resurrección tras ésta muerte, que ya besa y acaricia un cuerpo yermo y apagado que deja violar con toda brutalidad cada rincón de su alma. Sabiendo que no desvela nada pues su enemigo es él mismo, el tiempo su arma y la muerte su recuerdo.
De las derrotas se aprende y se resucita quemando vida, creando un nuevo carbón con el que dibujar un corazón tan negro que la luz no tenga cabida en él. Pero, ¿cuánto cuesta quemarse vivo en un dolor que creemos eterno?.
Como el mítico fénix, nos alejamos, de todo y de todos, a nuestro nido para arder en paz y gritar en un silencio que encoja el alma. De las cenizas... todo y nada...

Frase: " La tristeza del alma puede matarte mucho más rápido que una bacteria" John Steinbeck.

Canción: Ghost of a rose. Blackmore´s Nigth.

martes, 22 de noviembre de 2011

Uno...


De siempre me ha atraído la mente del hombre, cómo actúa, cómo intenta sobrevivir en un mundo hostil y todo esos mecanismos que acciona para ser aquello que somos.
Pienso que el hombre desde que nace está en un mundo hostil, no por que sea malo ese mundo, sino por que tiene que aprender a vivir en él. Nadie nace sabiendo soportar el dolor emocional ni el físico. Los condicionantes externos influyen en esa capacidad que adquiriremos después para soportar dolor, la predisposición interna hace lo suyo.
Pero también la mente, una vez comprendida, puede ayudarnos a ser felices, a sonreír en un mar furioso. No hablo de forjar una armadura donde pintamos aquello que nos gustaría ver de nosotros, la mayoría de esas imágenes no son propias, sino recuerdos de modelos vistos con anterioridad. Hablo de encontrar una paz, un momento confortable, un instante de sonrisa verdadera, sin pose.
Lo cierto es que hay tantos impedimentos a ello como personas pisan esta tierra, ya que cada uno de nosotros somos los impedimentos. Ya sea para alguien como para nosotros mismos. Cada uno de nosotros tenemos nuestra forma de encontrar esa estabilidad que nos produce placer y bienestar. Para algunos es un ratito de soledad en cierto lugar, para otros compartir un silencio con quien ama o escucharla hablar, a otros estar rodeado de aquellos con los que puede sentirse bien… Mil y una maneras de encontrar esa estabilidad. Y ciertamente, "estabilidad" es la palabra que más se asemeja a lo que sentimos. La mayoría de las personas a las que "leo" y hablo utilizan esa palabra para expresar esa sensación en la que nada falta y nada sobra.
Por lo tanto me planteo que la falta de estabilidad en nosotros provoca esos momentos en los que nos negamos a ver la luz en todo. Esos momentos en los que la sonrisa se pone dura, la oscuridad besa el cuerpo desnudo de la impotencia y rendimos el pulso de nuestro corazón a la existencia forzada de la vida que no queremos.
La mente del hombre es complicada no solo de entender, si no de cuidar. Ultimamente la mayoría de los que me rodean tienen muchos impedimentos para encontrar esa estabilidad, ese momento dulce. Lo que observo es la actitud ante ello. Algunos lo afrontan, otros no se plantean tan siquiera hacer algo y otros se dejan abandonar esperando que algo o alquilen les ayude, o veces, se abandonan sin esperar nada, sintiendo que todo termina ahí, justo en el límite que se rompe con las lágrimas amargas que gritan esa impotencia. ¿Qué es lo mejor?. Yo creo que todo, pues la mente necesita recorrer cada uno de esos infiernos que a modo de Dante pasamos dejando gran parte de nosotros.

Yo, tan solo puedo ver, "leer", escribir y apenas hablar. Y para esto he creado este rincón, donde puedo dejar caer los pensamientos que duermen en mi interior. Esas palabras que prefieres compartir con lo desconocido y extraño, que al mismo tiempo reconforta con una ingenua confianza aportada por el desconocimiento entre el lector y yo mismo. Esa dura y fría barrera creada por la pantalla del ordenador. Esa sombra que acompaña cada palabra , como si de un Virgilio se tratara, y que esperan a que llegue la Oscuridad.

Frase: "Al llegar a un puente lo cruzamos, y lo quemamos cuando queda atrás. No hay nada que demuestre nuestro avance, tan solo el recuerdo del olor del humo y las lágrimas de nuestros ojos." Tom Stoppard.

 Canción: Tres tristes tigres. Mägo de Oz. Finisterra.