martes, 31 de enero de 2012

Veinte...

 
El gesto no hace al hombre, ni describe una personalidad concreta, quizá tan solo nos ayude a interpretar un instante generado por una situación. La reacción ante la situación quizá describa un impulso interno cercano al delicado e íntimo comportamiento de una persona. Pero aun así, no se conoce nada que pueda probar que alguien sea tal y cómo es. Pues conocer al hombre por su gesto es como conocer el bosque por las hojas que cae el viento.
Los gestos que pueden dar a conocer al hombre no se ven, ni se leen en palabras o expresiones. Los gestos que definen aquello que se quiere dejar ver son los silencios que acompañan una acción, ese instante de pensamiento que como rayo de luz se filtra por un pequeño agujero e ilumina vagamente un interior hecho de aquello que nos importa.
Por ello el hombre se envuelve de un oscuro manto para poder abrigar el frío que todo lo envuelve y para arropar a los semejantes, descubriendo así su ser a quienes ellos eligen.

“Habla para que yo te conozca.” Sócrates.




lunes, 30 de enero de 2012

viernes, 27 de enero de 2012

Dieciocho...

El alma se forja igual que se forja la más perfecta espada. El fuego calienta el metal volviéndola frágil ante los golpes que recibirá en el yunque, esto servirá para crear una forma definitiva que recibirá las caricias del agua para templarse y así aguantar una batalla tras otra. Así también se forja el alma a base de fuego, golpes y caricias...

Para Teresa, con caipirinha todo suena mejor...

martes, 24 de enero de 2012

Diecisiete... Microrrelato: Despertar.

De la nada su mente regresó al campo de batalla, y su alma cabalgó con furia y deseo tras aquello que jamás perdió.
Quizás la noche y su oscuridad volvieran a él.

jueves, 19 de enero de 2012

Dieciséis... Relato: La carantoña. Parte II (sin corregir)

 
Más abajo el joven observaba la escena de lejos, las voces de su padre llenaban el lugar. En cuanto vio a su padre abalanzarse sobre Enrique no dudó en iniciar la subida en su ayuda.
Perico se levantó y dejó a Enrique arrastrándose y riéndose a carcajada limpia. - ¡Eres un demente!- Grito Perico mientras se alejaba del lugar y andaba hacia su hijo.
-¿Qué ha pasado padre?- pregunto el joven.
-Nada, ¡Vámonos de aquí!- Espetó Perico agarrando a su hijo del brazo.
El joven siguió la orden de su padre y prefirió callar ante el semblante oscuro que éste presentaba. Alcanzaron el lugar donde se habían dejado el mulo y se dirigieron hacia las tierras de siembra. Tras ellos se escuchaba cada vez con más fuerza una carcajada diabólica y siniestra.

Durante el día no paso pasó nada especial. Perico se fue pronto de la vera de su hijo dejándole en la dehesa de las encinas. Al poco rato de la marcha de Perico aparecía por la vereda la bella joven que con su andar característico venía en busca del amado. Esa mañana ,el joven, estaba un tanto ausente a las caricias y juegos de la joven. El desencuentro entre su padre y Enrique le tenía pensativo y distraído.
-¿Qué te pasa hoy amor mio, tu padre ha vuelto a insistir en la boda?
-No cielo. Esta mañana temprano mi padre y yo fuimos a ver a Enrique, el pastor. Tras una fuerte discusión con mi padre comenzó a reírse de una forma poco humana.
-No te preocupes por eso. El pastor es un loco y como ya sabes las voces en la sierra se vuelven distintas por el eco.
Intentando reponerse de la turbación el joven intentó besar los esquivos labios de la chica. Ésta agachaba la cabeza cada vez que él se acercaba esquivando con una sonrisa un tanto pícara los intentos de conseguir el primer beso. El joven un poco frustrado se distrajo tapando los hoyos que las alimañas habían hecho durante la noche en el campo de ajos. Ella burlona y confiada lo observaba con una sonrisa.

Caída la tarde la pareja se encaminaba al pueblo. Ella. Desde lo alto del mulo le hacía caricias a él en la nuca mientras sonreía mirándola a los ojos. Cuando llegaron al lugar donde se despedía la noche los cubría en cómplice oscuridad. Él llevaba toda la tarde pensando en la argucia. Al cogerla de las caderas para que bajara del mulo la abrazo contra su pecho. Ella en ese momento se giró para coger los cántaros como siempre. Fue entonces cuando el joven aprovechó la ocasión y llamó su atención para distraerla y que mirara tras de él. En ese momento un movimiento rápido y en un instante fugaz la besó por primera vez en los labios. Ella sin poder reaccionar se quedó mirándolo con una media sonrisa. Él, triunfante y un tanto fanfarrón la soltó despacio mirando y sonriendo con cierta curiosidad esperando cualquier gesto por parte de ella. Ese momento mágico y único se quedó grabados en ellos y sin hablar mucho más se despidieron con una sonrisa enmarcada en cada rostro.

Encarando la calle que daba a su corralón, el joven escuchó unos pasos rápidos y asustado que iban en su dirección. Dos niños de no más de nueve años corrían con los ojos húmedos y gestos de puro miedo miedo en sus ojos. El joven se agachó para retenerlos y calmarlos. Eran los hijos del panadero y del herrador. Casi sin respiración se agarraron a la camisa del joven y rompieron a llorar amargamente.
-¿Qué os pasa, por qué lloráis?- Pregunto el joven masajeando los hombros de los muchachos para relajarlos.
-Una bestia se ha llevado a Pablo, el hijo del guarnicionero. -Dijo uno de los chicos entre sollozos.
-¿Una bestia?- preguntó el joven con una mueca de extrañeza en el rostro. ¿Os referís a un lobo o a un perro grande?
-No, nada de eso- Dijo el otro muchacho un poco más clamado.- Su cabeza era grande y deforme, tenía dos colmillos en la boca como los de un guarro, el pelo grisáceo le cubría todo el cuerpo y andaba igual que una persona.
-No os preocupéis- Dijo el joven incorporándose.- Venid a mi casa y mi madre os acompañará a la vuestra, así podréis ir a ver a Pablo que seguro que está ya en casa.
Él sabía perfectamente a quien estaban describiendo lo asustados chicos. Si es verdad que se ha llevado al hijo del guarnicionero habrá que actuar pronto o el chico no vivirá mucho.

En cuanto llegó a casa dejó a los niños con su madre y le contó lo sucedido a su padre. Perico rápidamente cogió dos pistolas de mecha que tenía de sus tiempos en los tercios, de los cuales no le gustaba hablar con nadie. Padre e hijo cargaron las armas y acordaron que el joven acompañaría a la madre a dejar a los niños e ir avisando a los demás hombres del pueblo. Mientras tanto Perico iría buscando por las afuera del pueblo algún rastro de Enrique y el niño.

Al poco tiempo una muchedumbre con antorchas, palos y algún arma de fuego recorría las calles del pueblo gritando el nombre del niño. Algunos hombres a caballo seguían los caminos colindantes buscando alguna posible salida o rastro de Enrique. Tras llevar unas horas sin resultados Perico decidió guiar a la gente hacia el chozo del pastor. La rabia de la gente hizo el trayecto más corto de lo normal. Al llegar allí Perico y otros hombre tiraron la puerta del chozo y entrando apuntando y con los garrotes en alto. Pero la estancia vacía fue lo único que les recibió. La frustración del joven que miraba como su padre salía del chozo sin nada lo impulsó a subir el camino un poco más hacia las parideras.

Mientras tanto en casa de Sancha y su hija una única vela iluminaba el comedor. De vez en cuando Sancha se asomaba por la ventana del dormitorio para ver todo el revuelo de fuera.
-Hace ya un rato que no se escucha nada. Habrán terminado ya con la búsqueda del niño.- Dijo Sancha mientras atrancaba la ventana.
-Madre vayámonos a la cama ya, es tarde y mañana tengo que ir a por agua temprano.- Dijo la joven levantándose y encendiendo un candil para iluminar el cuarto de su madre.
-Querrás ir temprano para ver al hijo de Perico. Esta noche nadie ni nada podía quitarte la sonrisa de la cara.- Dijo Sonriendo Sancha.
Ella tímida y sonrojada miró a su madre y le regaló una sonrisa mientras se dirigía hacia su habitación con la vela.
Pasado un tiempo la joven se sentía incomoda y un fuerte olor desagradable la hizo abrir los ojos. El espanto hizo mueca de su cara. Una horrible bestia peluda estaba encima de ella y la agarraba por el cuello. Intentó moverme pero sus extremidades estaban fuertemente atadas a la cama. Intentó gritar pero la presión de las manos impidió salir cualquier sonido de su boca. Con un fuerte movimiento de la cabeza hacia atrás se descolgó la máscara dejando ver la locura en los ojos de Enrique. Él se hecho hacia delante soltando un poco la presión del cuello de la joven.
-En la otra habitación tu madre está también atada. Si no quieres que la mate no grites ni des muchos problemas.-Dijo Enrique mientras poco a poco iba soltando la presión del cuello de la joven.- Ella aterrada y pensando en su madre cerró la boca mientras las lágrimas descabalgaban de sus ojos empapando su bello rostro y la almohada. Enrique con sonrisa triunfante se quitó el zamarrón de pieles quedando totalmente desnudo. Con rabia y lujuria comenzó a arrancar el camisón de la joven dejando a la vista los pechos y todo el preciso cuerpo de la joven. Mientras agarraba las cuerdas con furia y apretaba los dientes hasta sangrar, echó la cabeza hacia un lado y miró ,con sus ojos regados por más de mil lágrimas, como el fuego consumía la vela de cera al mismo tiempo que Enrique consumía sus ansias, lujuria y rabia en su cuerpo. Vela y joven llenaron de lágrimas la noche hasta que se consumieron.

Una vez quemados el chozo y la paridera de las cabras, los hombres bajaron con la frustración en sus miradas recibiendo con violencia los primeros rayos de sol. Cuando se disponían a disolverse para buscar en las afueras con la luz del día un grito de mujer heló a los hombres. Rápidamente y en masa el gentío se dirigió al lugar de donde provenía el grito. Cuando entraron a la estrecha calle una mujer indicó la dirección que tomó Enrique en dirección a la iglesia. Según la espantada señora una bestia peluda y con colmillos de cerdo salió de la casa de Sancha y echó a correr en cuanto lo vio. Perico se detuvo en el acto, sus ojos se abrieron al máximo con la expresión de terror. Sin darse cuenta caía de rodillas al suelo tapándose la cara. El joven en el corazón en la boca corrió hacia la casa. Los hombres que allí quedaron escucharon y grito ronco de rabia dentro de la casa. Entraron rápidamente y vieron la dramática escena. En la Primera habitación se encontraba Sancha maniatada y desfigurada a golpes. En el comedor desnudo, con moratones, atado de pies y mano con una mordaza en la boca estaba el hijo del guarnicionero tiritando de frío y espanto. En la siguiente habitación el joven abrazaba cubría con una manta a su amada. Su corazón latía pero en su mirada no había nada. Unos ojos perdidos miraban a la lejanía sin reaccionar. El joven lloraba amargamente mientras la abrazaba contra su pecho y acariciaba su rostro.

El padre Sebastián abrió la puerta lateral de la iglesia como cada mañana. Había acompañado la búsqueda del niño por el pueblo, pero volvió pronto para redactar cuanto antes una carta al secretario del Santo Oficio.
Mientras atrancaba los goznes de la puerta escuchó a alguien correr y respirar fuerte a su espalda. Al darse la vuelta vio una figura demoníaca que se dirigía hacia la puerta de la iglesia. Sin pensarlo mucho se puso delante de la puerta y extendió los brazos en cruz gritando: - ¡Vade reto Satana!.
Enrique cogió impulso un par metro antes de llegar al cura y le clavó dos pequeñas y finas varas afiladas en el pecho. El padre Sebastián compungido por el dolor acertó a agarrale el zamarrón de pieles. Durante el forcejeo con el mortecino cura Enrique vio como la muchedumbre rodeaba la plaza cercándole el terreno para la huída. Como último recurso pegó su espalda a la pared de la iglesia y comenzó ha hacer aspavientos intentando asustar a los lugareños. Poco a poco las gentes comenzaron a reducir el cerco acercándose a él.
El odio y la rabia rebosaba en los corazones y las caras de todos. Enrique con su disfraz puesto se puso de rodilla juntando las manos. De repente desde la parte de atrás de la multitud alguien se abría paso a grandes empujones llevado por la cólera. De entre el cerco de personas se adelantó el hijo de Perico, gritando de odio y dolor agarró por el cuello al pastor y lo incorporó, acto seguido apretó la pistola contra la entrepierna de Enrique y disparó. La pólvora quemó parte de la mano del joven, pero el odio no le hacía sentir nada. Enrique chilló con total desesperación cayendo la máscara de pieles al suelo y dejando ver su rostro llorando de dolor. El joven le propinó un fuerte golpe en la cabeza para que callara. Esa fue la señal para que todos los allí reunido se lanzaran contra el pastor desatando su furia y odio.
El joven como figura hierática y respirando con fuerza quedó allí contemplando como desmembraban aquel cuerpo. Su mirada quedó perdida en el horror.

Con el tiempo el nombre de Enrique se olvidó y comenzaron a contar historias sobre “la carantoña”. Siglos después se nombraba a “la carantoña” par asustar a lo niños y forasteros del lugar, más tarde un avispado cura utilizó la historia para crear un santo que fuera el patrón del pueblo. El nombre del santo sería San Sebastián y hoy en día se celebran fiestas y misas en su honor mientras los lugareños se visten de carantoñas con pieles de cabra, zorro y otros animales.

martes, 17 de enero de 2012

Quince... Relato: La carantoña. Parte I


Le cuenta el olvido susurrando al viento de invierno una historia de máscaras, ocultamiento, perversión, dolor y fuego. Una historia que ocurrió en un pequeño pueblo en el que hoy todos olvidaron y enmascararon con las leyendas de santos que no existieron y que estos lugares jamás habitaron.

Eran los primeros días del año. El suave sol de enero acariciaba las encinas y las pinceladas verdes del campo salpicaban un bello paraje. En una de esas encinas, una joven pareja se regalaba sonrisas y caricias. El joven intentaba sacar un beso de aquellos hermosos labios cuando de repente los rápidos cascos de un caballo al galope rompía con brusquedad aquel instante. Pues que se les viese allí juntos y solos podría traer algún que otro comentario malintencionado en el pueblo. El joven con tranco ligero y mirando al horizonte se acercaba al mulo disimulando para observar de dónde venía aquel presuroso galope. Mientras la chica se recogía el pelo y tapaba los cántaros de agua, una figura castaña en montura y ropajes pasaba cerca de la encina en dirección al pueblo.

Con un trote más pausado el forastero se dirigió a la pequeña iglesia y en su puerta descabalgó. Sin mirar a nadie el hombre de capa marrón entró en la iglesia con un pequeño sobre en la mano. Los curiosos que vieron la imagen empezaban a reunirse en la plaza de la Alameda, donde se encontraba el acceso lateral de la iglesia por la que había entrado el extraño forastero. Cuando ya había más de una decena de personas allí congregadas salió el jinete que sonrió al ver las caras de curiosidad que clavaban sus miradas en él. - Que os cuente el cura que yo tengo prisa.- dijo el jinete mientras montaba su caballo y salía al trote hacia su nuevo destino.
Los lugareños impacientes llamaron a la puerta, pero antes de poder dar un segundo toque el cura salió sonriente con su hábito oscuro y la misteriosa carta en la mano. - Buenas gentes, tengo el placer de daros una grata y magnífica noticia. Nuestro piadoso rey, el gran Felipe II, príncipe de la cristiandad es ahora también rey de de Portugal.- La alegría se hizo con el ambiente rápidamente, los cantos y los vivas a la corona se extendieron rápidamente por el pueblo.

-¡Perico!- Llamó el cura a uno de los allí congregados. -Me gustaría hablar de algo contigo en privado. Un hombre recio y moreno por el trabajo en el campo que rondaba los cincuenta años entró en la iglesia tras los pasos del cura.

-¿Cuando pensáis casar a vuestro hijo con la hija de la Sancha?. Los han vuelto a ver en la dehesa de las encinas juntos y sin vigilancia.- Dijo el cura mientras guardaba la carta en un pequeño escritorio de madera.
-Padre Sebastian, no tenemos dinero para casarlos aún. Recuerde que la Sancha lleva muchos años viuda y que estos años las cosechas han sido escasa como para ahorrar algo.- Dijo Perico mientras bajaba la cabeza y retorcía un paño entre sus manos.- Además ellos se quieren desde hace ya tiempo y es normal que los vean juntos.
-Eso no quita que estén en pecado- Espetó el cura apuntando con un dedo hacia el hombre.- El sacramento del matrimonio debe ser respetado.- El padre Sebastian bajó la mano y relajó el gesto.- Pero no es este el único tema por el que te he hecho llamar.- Haciendo una mueca de fastidio.- Han visto a tu primo Enrique, el pastor, intentando llevarse a los niños de Pedro el de los quesos. También dicen otros haberlo visto vestido con pieles de animales y gritando en la noche.- Soltando una larga espiración y poniendo una mano sobre el hombro de Perico, el padre Sebastian dijo: - Tarde o temprano tendré que avisar al Santo Oficio de esto. Más vale que lo alejes de aquí.
Perico cerró los ojos asintiendo y con la cabeza gacha salió de la iglesia camino de su casa.

En el camino de entrada al pueblo ,por la dehesa de las encinas, un mulo llevaba en lo alto a una bella joven y dos alforjas vacías, presumiblemente antes llenas de dientes de ajo, ahora enterrados con mimo y cuidado. La cuerda que iba atada al cabezón del mulo la sostenía un joven risueño y alegre.
-Vete bajando y tira para tu casa, sabes que no podemos entrar así en el pueblo.- Sonriendo y abrazando por las caderas a la joven él le susurró: - Ya hablan muchos sin saber ni ver nada, imaginate si vieran solo un poco.- La joven se echó sobre sobre él mientras sonreía cómplice de las palabras que acababa de escuchar.
Con un tímido beso en la mejilla ella se despidió y echó andar con un movimiento de caderas típico de las mozas del lugar, altanero y un tanto sensual.

En casa de Perico no estaban las cosas muy alegres. Su mujer, Mercedes, ya sabía lo que pasaba. Esa cara sombría y nerviosa solo se debía a las andanzas de Enrique que tanto traían de cabeza a su marido.
-¿Qué ha hecho ahora el cabrón de tu primo?- Dijo Mercedes mientras ponía tres cuencos en la mesa.
-Ha intentado coger a los hijos de Pedro el de los quesos. Y sigue vistiendo con las pieles de las cabras por la noche. El padre Sebastian informará al Santo Oficio en breve.
-¡Pues me alegro! - Soltó Mercedes dejando caer con cuidado una cazuela de barro caliente.- ¡Ojalá y se lo lleven de una maldita vez y así deje en paz a esta familia!.
-Iré a hablar con él para que se vaya antes. Dijo Perico mientras se escuchaba como se abría la puerta del corralón y se sentían los cascos del mulo entrando en la cuadra.
-¡Joder, Perico! Siempre lo mismo.- Decía Mercedes mientras servía la sopa en los cuencos- Nunca te hace caso y la última vez casi le quiebra el brazo al niño. ¡Esta vez no te lo llevas!.
-¡El niño vendrá donde su padre diga y haré lo que tenga que hacer para que mi primo se vaya!- Metiendo la cuchara de acebuche en la sopa- No voy ha discutir más contigo mujer. Ahora vamos a comer.
Cuando el joven entró en la estancia que hacía la veces de comedor, salita y demás. Notó el ambiente cargado, y habiendo escuchado la última parte de la conversación no quiso decir nada y se puso a comer.

A la mañana siguiente padre e hijo salieron con el mulo hacia la sierra. Ya fuese por el frío, la discusión de ayer o la tensión de encontrarse con Enrique hizo que el silencio fuese el compañero de trayecto de los hombres.

Al llegar a la choza Perico se adelanto para llamar a su primo. Nadie ni nada contestaba en aquel lugar. - Quizá esté ya en las parideras.- dijo el joven. Asintiendo Perico siguió una vereda hasta llegar a la construcción de piedra donde estaban las cabras un tanto revueltas. Se escuchaba a una de ellas chillar con desesperación. Perico fue acercándose hacia la cabra desesperada. En cuanto abrió la puerta vio a una cabra fuertemente maneada y algo grande y peludo sodomizando al pobre animal. Rápidamente Enrique se apartó y recogió su miembro erecto entre el zamarrón de pieles que llevaba.
-¿Pero que haces animal?- Dijo Perico mientras agarraba a su primo y lo echaba fuera de la paridera. La cabra rendida se desplomó en el suelo de barro mientras por la puerta se entraba un cabritillo a su encuentro.
-¡Estas loco Enrique!. Tienes que irte de aquí, lejos, muy lejos. - Decía Perico mientras zarandeaba a su primo que ni se inmutaba.- Dicen que has intentado coger a los niños de Pedro y el cura traerá a la Inquisición para que te juzguen. ¡Debes irte Enrique! Llévate tu locura y mis desvelos lejos.
Perico lo dejó caer al suelo.
-¡Yo soy el macho aquí y tengo cubrir a mis hembras!. Maté al carnero en una pelea y ahora soy yo quien cuida de ellas. No puedo irme de aquí. Dijo ofendido Enrique.
-Me da igual lo que digas quieras o no, te irás. - Decía Perico mientras levantaba la mano.- No mancharas mi nombre ni el de mi hijo en un juicio de la Inquisición.
-¿Tu hijo?. -Riéndose se levantó Enrique.- Tu hijo va con una buena hembra por las dehesas según he visto. Quizás si me la traes pueda irme sin problemas. Seguro que aun es virgen ¿Verdad?
Perico se lanzó sobre su primo dándole un buen puñetazo.- Como te acerque a ellos la Inquisición va a ser el menor de tus problemas. ¿Me entiendes?.

martes, 10 de enero de 2012

Catorce... Minirelato Despertar en la madrugada.

-¿Qué me perturba en la noche?, siento algo... ¿Quién eres?

-No me conoces, pero me sientes. Me sientes tan adentro, tan adentro que incluso puedo parecerte familiar. Otras veces he intentado entrar pero tu calma no me dejó llegar. Hoy,si he llegado y he entrado...

-¿Realmente crees que no se quien eres?. Quizás el sueño me halla distraído pero sé quien eres, te esperaba... Sí, sabía que hoy llegarías a mi. Parte de mi te espera con júbilo y alegría, y la otra con pena y desasosiego. Sé que ahora no te puedo arrancar de aquí, que no puedo limpiar mi corazón de ti. Pero quiero que sepas que en mi encontraras un duro rival, pues pienso transformar cada golpe en beso, cada tensión de mis músculos será una caricia, cada apretón de dientes será un abrazo, todo grito quedará ahogado en un te quiero y todo el dolor que pueda causar tu rabia será reprimido con una sonrisa.
¿Aun crees que no sé quien eres?. ¿Sigues pensando en que no te esperaba?. A partir de ahora los dos lucharemos y veremos quien consigue ganar.

- Aun no as pronunciado mi nombre, ¿quizás te doy miedo?

-¿Miedo?, tu nombre es Odio. Y no, no tengo ningún miedo, quizás los dos hagamos grandes cosas juntos...