lunes, 13 de mayo de 2013

Treinta y cuatro ... La Serrana de la Vera

 
Hacía horas que la batalla terminó y que el remolino humano de muerte y llanto se dispersó. Cuando la noche cayó sobre aquel campo no se distinguía amigo de enemigo y para evitar lanzazos y estocadas cada uno se apartó de aquellos lamentos y quejidos. En esa huída todo se perdió, amigos, compañeros y el alma del guerrero que ahora y por siempre vagará en los bosques...

En busca de algún claro entre aquel paraje se encontraba él, que huía a cada paso del dolor de todo aquello cuanto vio. Cansado intentó descansar en la tierra oscura y fría, como compañía sólo la noche, o eso creía.
Una figura de tez blanquecina y dulce expresión se encontrada encima de él. Enmudecido y sorprendido intentó apartarse de aquel cuerpo semidesnudo, pero poco a poco su cansancio y fascinación por aquella hermosa criatura dejó que aquellos ojos negros hieran con su cuerpo cuanto su mente deseara. Como los fuegos de una hoguera prendió pronto el deseo y la pasión de recorrer su cuerpo, besar su cuello y desnudar a caricias cada momento. Sin saber por qué atraía con ansia su alma y su calor. Estando desnudo y sin decir palabra alguna sus sueños y deseos se fueron quemando entre pequeños muerdos y entrecortados gemidos de placer. A cada instante el corazón del derrotado guerrero latía con más fuerza y un deseo oscuro comenzó a forjarse. Tenía la necesidad de que aquello no acabara nunca... Su calor se hacía adictivo llenando cada hueco de su alma en cada beso y caricia...
En su corazón ya reposaba una ausencia, la de su propia alma. Con ternura el guerrero quiso abrazar a aquella perfecta criatura, ella se volvió mostrando una extraña sonrisa, lo besó y se levantó dejando que la brisa acariciase toda sus desnudez. Sin quitar aquella enigmática sonrisa se abalanzó sobre él y agarró su daga con sutileza y mientra lo besaba apuñaló su costado sin apartar los labios de su boca. El guerrero sintió la mortal herida y notó como su vida se le escapaba entre aquellos labios. Sólo le dio tiempo a clavar su mirada sobre aquella mujer que robaba a cada beso su vida.
Allí inerte reposa y reposará el cuerpo frío y vacío, pues todo cuanto era se fue entre aquellos besos. Mientras tanto ella se desvaneció en la oscuridad llevando consigo aquella extraña sonrisa...