jueves, 19 de enero de 2012

Dieciséis... Relato: La carantoña. Parte II (sin corregir)

 
Más abajo el joven observaba la escena de lejos, las voces de su padre llenaban el lugar. En cuanto vio a su padre abalanzarse sobre Enrique no dudó en iniciar la subida en su ayuda.
Perico se levantó y dejó a Enrique arrastrándose y riéndose a carcajada limpia. - ¡Eres un demente!- Grito Perico mientras se alejaba del lugar y andaba hacia su hijo.
-¿Qué ha pasado padre?- pregunto el joven.
-Nada, ¡Vámonos de aquí!- Espetó Perico agarrando a su hijo del brazo.
El joven siguió la orden de su padre y prefirió callar ante el semblante oscuro que éste presentaba. Alcanzaron el lugar donde se habían dejado el mulo y se dirigieron hacia las tierras de siembra. Tras ellos se escuchaba cada vez con más fuerza una carcajada diabólica y siniestra.

Durante el día no paso pasó nada especial. Perico se fue pronto de la vera de su hijo dejándole en la dehesa de las encinas. Al poco rato de la marcha de Perico aparecía por la vereda la bella joven que con su andar característico venía en busca del amado. Esa mañana ,el joven, estaba un tanto ausente a las caricias y juegos de la joven. El desencuentro entre su padre y Enrique le tenía pensativo y distraído.
-¿Qué te pasa hoy amor mio, tu padre ha vuelto a insistir en la boda?
-No cielo. Esta mañana temprano mi padre y yo fuimos a ver a Enrique, el pastor. Tras una fuerte discusión con mi padre comenzó a reírse de una forma poco humana.
-No te preocupes por eso. El pastor es un loco y como ya sabes las voces en la sierra se vuelven distintas por el eco.
Intentando reponerse de la turbación el joven intentó besar los esquivos labios de la chica. Ésta agachaba la cabeza cada vez que él se acercaba esquivando con una sonrisa un tanto pícara los intentos de conseguir el primer beso. El joven un poco frustrado se distrajo tapando los hoyos que las alimañas habían hecho durante la noche en el campo de ajos. Ella burlona y confiada lo observaba con una sonrisa.

Caída la tarde la pareja se encaminaba al pueblo. Ella. Desde lo alto del mulo le hacía caricias a él en la nuca mientras sonreía mirándola a los ojos. Cuando llegaron al lugar donde se despedía la noche los cubría en cómplice oscuridad. Él llevaba toda la tarde pensando en la argucia. Al cogerla de las caderas para que bajara del mulo la abrazo contra su pecho. Ella en ese momento se giró para coger los cántaros como siempre. Fue entonces cuando el joven aprovechó la ocasión y llamó su atención para distraerla y que mirara tras de él. En ese momento un movimiento rápido y en un instante fugaz la besó por primera vez en los labios. Ella sin poder reaccionar se quedó mirándolo con una media sonrisa. Él, triunfante y un tanto fanfarrón la soltó despacio mirando y sonriendo con cierta curiosidad esperando cualquier gesto por parte de ella. Ese momento mágico y único se quedó grabados en ellos y sin hablar mucho más se despidieron con una sonrisa enmarcada en cada rostro.

Encarando la calle que daba a su corralón, el joven escuchó unos pasos rápidos y asustado que iban en su dirección. Dos niños de no más de nueve años corrían con los ojos húmedos y gestos de puro miedo miedo en sus ojos. El joven se agachó para retenerlos y calmarlos. Eran los hijos del panadero y del herrador. Casi sin respiración se agarraron a la camisa del joven y rompieron a llorar amargamente.
-¿Qué os pasa, por qué lloráis?- Pregunto el joven masajeando los hombros de los muchachos para relajarlos.
-Una bestia se ha llevado a Pablo, el hijo del guarnicionero. -Dijo uno de los chicos entre sollozos.
-¿Una bestia?- preguntó el joven con una mueca de extrañeza en el rostro. ¿Os referís a un lobo o a un perro grande?
-No, nada de eso- Dijo el otro muchacho un poco más clamado.- Su cabeza era grande y deforme, tenía dos colmillos en la boca como los de un guarro, el pelo grisáceo le cubría todo el cuerpo y andaba igual que una persona.
-No os preocupéis- Dijo el joven incorporándose.- Venid a mi casa y mi madre os acompañará a la vuestra, así podréis ir a ver a Pablo que seguro que está ya en casa.
Él sabía perfectamente a quien estaban describiendo lo asustados chicos. Si es verdad que se ha llevado al hijo del guarnicionero habrá que actuar pronto o el chico no vivirá mucho.

En cuanto llegó a casa dejó a los niños con su madre y le contó lo sucedido a su padre. Perico rápidamente cogió dos pistolas de mecha que tenía de sus tiempos en los tercios, de los cuales no le gustaba hablar con nadie. Padre e hijo cargaron las armas y acordaron que el joven acompañaría a la madre a dejar a los niños e ir avisando a los demás hombres del pueblo. Mientras tanto Perico iría buscando por las afuera del pueblo algún rastro de Enrique y el niño.

Al poco tiempo una muchedumbre con antorchas, palos y algún arma de fuego recorría las calles del pueblo gritando el nombre del niño. Algunos hombres a caballo seguían los caminos colindantes buscando alguna posible salida o rastro de Enrique. Tras llevar unas horas sin resultados Perico decidió guiar a la gente hacia el chozo del pastor. La rabia de la gente hizo el trayecto más corto de lo normal. Al llegar allí Perico y otros hombre tiraron la puerta del chozo y entrando apuntando y con los garrotes en alto. Pero la estancia vacía fue lo único que les recibió. La frustración del joven que miraba como su padre salía del chozo sin nada lo impulsó a subir el camino un poco más hacia las parideras.

Mientras tanto en casa de Sancha y su hija una única vela iluminaba el comedor. De vez en cuando Sancha se asomaba por la ventana del dormitorio para ver todo el revuelo de fuera.
-Hace ya un rato que no se escucha nada. Habrán terminado ya con la búsqueda del niño.- Dijo Sancha mientras atrancaba la ventana.
-Madre vayámonos a la cama ya, es tarde y mañana tengo que ir a por agua temprano.- Dijo la joven levantándose y encendiendo un candil para iluminar el cuarto de su madre.
-Querrás ir temprano para ver al hijo de Perico. Esta noche nadie ni nada podía quitarte la sonrisa de la cara.- Dijo Sonriendo Sancha.
Ella tímida y sonrojada miró a su madre y le regaló una sonrisa mientras se dirigía hacia su habitación con la vela.
Pasado un tiempo la joven se sentía incomoda y un fuerte olor desagradable la hizo abrir los ojos. El espanto hizo mueca de su cara. Una horrible bestia peluda estaba encima de ella y la agarraba por el cuello. Intentó moverme pero sus extremidades estaban fuertemente atadas a la cama. Intentó gritar pero la presión de las manos impidió salir cualquier sonido de su boca. Con un fuerte movimiento de la cabeza hacia atrás se descolgó la máscara dejando ver la locura en los ojos de Enrique. Él se hecho hacia delante soltando un poco la presión del cuello de la joven.
-En la otra habitación tu madre está también atada. Si no quieres que la mate no grites ni des muchos problemas.-Dijo Enrique mientras poco a poco iba soltando la presión del cuello de la joven.- Ella aterrada y pensando en su madre cerró la boca mientras las lágrimas descabalgaban de sus ojos empapando su bello rostro y la almohada. Enrique con sonrisa triunfante se quitó el zamarrón de pieles quedando totalmente desnudo. Con rabia y lujuria comenzó a arrancar el camisón de la joven dejando a la vista los pechos y todo el preciso cuerpo de la joven. Mientras agarraba las cuerdas con furia y apretaba los dientes hasta sangrar, echó la cabeza hacia un lado y miró ,con sus ojos regados por más de mil lágrimas, como el fuego consumía la vela de cera al mismo tiempo que Enrique consumía sus ansias, lujuria y rabia en su cuerpo. Vela y joven llenaron de lágrimas la noche hasta que se consumieron.

Una vez quemados el chozo y la paridera de las cabras, los hombres bajaron con la frustración en sus miradas recibiendo con violencia los primeros rayos de sol. Cuando se disponían a disolverse para buscar en las afueras con la luz del día un grito de mujer heló a los hombres. Rápidamente y en masa el gentío se dirigió al lugar de donde provenía el grito. Cuando entraron a la estrecha calle una mujer indicó la dirección que tomó Enrique en dirección a la iglesia. Según la espantada señora una bestia peluda y con colmillos de cerdo salió de la casa de Sancha y echó a correr en cuanto lo vio. Perico se detuvo en el acto, sus ojos se abrieron al máximo con la expresión de terror. Sin darse cuenta caía de rodillas al suelo tapándose la cara. El joven en el corazón en la boca corrió hacia la casa. Los hombres que allí quedaron escucharon y grito ronco de rabia dentro de la casa. Entraron rápidamente y vieron la dramática escena. En la Primera habitación se encontraba Sancha maniatada y desfigurada a golpes. En el comedor desnudo, con moratones, atado de pies y mano con una mordaza en la boca estaba el hijo del guarnicionero tiritando de frío y espanto. En la siguiente habitación el joven abrazaba cubría con una manta a su amada. Su corazón latía pero en su mirada no había nada. Unos ojos perdidos miraban a la lejanía sin reaccionar. El joven lloraba amargamente mientras la abrazaba contra su pecho y acariciaba su rostro.

El padre Sebastián abrió la puerta lateral de la iglesia como cada mañana. Había acompañado la búsqueda del niño por el pueblo, pero volvió pronto para redactar cuanto antes una carta al secretario del Santo Oficio.
Mientras atrancaba los goznes de la puerta escuchó a alguien correr y respirar fuerte a su espalda. Al darse la vuelta vio una figura demoníaca que se dirigía hacia la puerta de la iglesia. Sin pensarlo mucho se puso delante de la puerta y extendió los brazos en cruz gritando: - ¡Vade reto Satana!.
Enrique cogió impulso un par metro antes de llegar al cura y le clavó dos pequeñas y finas varas afiladas en el pecho. El padre Sebastián compungido por el dolor acertó a agarrale el zamarrón de pieles. Durante el forcejeo con el mortecino cura Enrique vio como la muchedumbre rodeaba la plaza cercándole el terreno para la huída. Como último recurso pegó su espalda a la pared de la iglesia y comenzó ha hacer aspavientos intentando asustar a los lugareños. Poco a poco las gentes comenzaron a reducir el cerco acercándose a él.
El odio y la rabia rebosaba en los corazones y las caras de todos. Enrique con su disfraz puesto se puso de rodilla juntando las manos. De repente desde la parte de atrás de la multitud alguien se abría paso a grandes empujones llevado por la cólera. De entre el cerco de personas se adelantó el hijo de Perico, gritando de odio y dolor agarró por el cuello al pastor y lo incorporó, acto seguido apretó la pistola contra la entrepierna de Enrique y disparó. La pólvora quemó parte de la mano del joven, pero el odio no le hacía sentir nada. Enrique chilló con total desesperación cayendo la máscara de pieles al suelo y dejando ver su rostro llorando de dolor. El joven le propinó un fuerte golpe en la cabeza para que callara. Esa fue la señal para que todos los allí reunido se lanzaran contra el pastor desatando su furia y odio.
El joven como figura hierática y respirando con fuerza quedó allí contemplando como desmembraban aquel cuerpo. Su mirada quedó perdida en el horror.

Con el tiempo el nombre de Enrique se olvidó y comenzaron a contar historias sobre “la carantoña”. Siglos después se nombraba a “la carantoña” par asustar a lo niños y forasteros del lugar, más tarde un avispado cura utilizó la historia para crear un santo que fuera el patrón del pueblo. El nombre del santo sería San Sebastián y hoy en día se celebran fiestas y misas en su honor mientras los lugareños se visten de carantoñas con pieles de cabra, zorro y otros animales.

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