martes, 17 de enero de 2012

Quince... Relato: La carantoña. Parte I


Le cuenta el olvido susurrando al viento de invierno una historia de máscaras, ocultamiento, perversión, dolor y fuego. Una historia que ocurrió en un pequeño pueblo en el que hoy todos olvidaron y enmascararon con las leyendas de santos que no existieron y que estos lugares jamás habitaron.

Eran los primeros días del año. El suave sol de enero acariciaba las encinas y las pinceladas verdes del campo salpicaban un bello paraje. En una de esas encinas, una joven pareja se regalaba sonrisas y caricias. El joven intentaba sacar un beso de aquellos hermosos labios cuando de repente los rápidos cascos de un caballo al galope rompía con brusquedad aquel instante. Pues que se les viese allí juntos y solos podría traer algún que otro comentario malintencionado en el pueblo. El joven con tranco ligero y mirando al horizonte se acercaba al mulo disimulando para observar de dónde venía aquel presuroso galope. Mientras la chica se recogía el pelo y tapaba los cántaros de agua, una figura castaña en montura y ropajes pasaba cerca de la encina en dirección al pueblo.

Con un trote más pausado el forastero se dirigió a la pequeña iglesia y en su puerta descabalgó. Sin mirar a nadie el hombre de capa marrón entró en la iglesia con un pequeño sobre en la mano. Los curiosos que vieron la imagen empezaban a reunirse en la plaza de la Alameda, donde se encontraba el acceso lateral de la iglesia por la que había entrado el extraño forastero. Cuando ya había más de una decena de personas allí congregadas salió el jinete que sonrió al ver las caras de curiosidad que clavaban sus miradas en él. - Que os cuente el cura que yo tengo prisa.- dijo el jinete mientras montaba su caballo y salía al trote hacia su nuevo destino.
Los lugareños impacientes llamaron a la puerta, pero antes de poder dar un segundo toque el cura salió sonriente con su hábito oscuro y la misteriosa carta en la mano. - Buenas gentes, tengo el placer de daros una grata y magnífica noticia. Nuestro piadoso rey, el gran Felipe II, príncipe de la cristiandad es ahora también rey de de Portugal.- La alegría se hizo con el ambiente rápidamente, los cantos y los vivas a la corona se extendieron rápidamente por el pueblo.

-¡Perico!- Llamó el cura a uno de los allí congregados. -Me gustaría hablar de algo contigo en privado. Un hombre recio y moreno por el trabajo en el campo que rondaba los cincuenta años entró en la iglesia tras los pasos del cura.

-¿Cuando pensáis casar a vuestro hijo con la hija de la Sancha?. Los han vuelto a ver en la dehesa de las encinas juntos y sin vigilancia.- Dijo el cura mientras guardaba la carta en un pequeño escritorio de madera.
-Padre Sebastian, no tenemos dinero para casarlos aún. Recuerde que la Sancha lleva muchos años viuda y que estos años las cosechas han sido escasa como para ahorrar algo.- Dijo Perico mientras bajaba la cabeza y retorcía un paño entre sus manos.- Además ellos se quieren desde hace ya tiempo y es normal que los vean juntos.
-Eso no quita que estén en pecado- Espetó el cura apuntando con un dedo hacia el hombre.- El sacramento del matrimonio debe ser respetado.- El padre Sebastian bajó la mano y relajó el gesto.- Pero no es este el único tema por el que te he hecho llamar.- Haciendo una mueca de fastidio.- Han visto a tu primo Enrique, el pastor, intentando llevarse a los niños de Pedro el de los quesos. También dicen otros haberlo visto vestido con pieles de animales y gritando en la noche.- Soltando una larga espiración y poniendo una mano sobre el hombro de Perico, el padre Sebastian dijo: - Tarde o temprano tendré que avisar al Santo Oficio de esto. Más vale que lo alejes de aquí.
Perico cerró los ojos asintiendo y con la cabeza gacha salió de la iglesia camino de su casa.

En el camino de entrada al pueblo ,por la dehesa de las encinas, un mulo llevaba en lo alto a una bella joven y dos alforjas vacías, presumiblemente antes llenas de dientes de ajo, ahora enterrados con mimo y cuidado. La cuerda que iba atada al cabezón del mulo la sostenía un joven risueño y alegre.
-Vete bajando y tira para tu casa, sabes que no podemos entrar así en el pueblo.- Sonriendo y abrazando por las caderas a la joven él le susurró: - Ya hablan muchos sin saber ni ver nada, imaginate si vieran solo un poco.- La joven se echó sobre sobre él mientras sonreía cómplice de las palabras que acababa de escuchar.
Con un tímido beso en la mejilla ella se despidió y echó andar con un movimiento de caderas típico de las mozas del lugar, altanero y un tanto sensual.

En casa de Perico no estaban las cosas muy alegres. Su mujer, Mercedes, ya sabía lo que pasaba. Esa cara sombría y nerviosa solo se debía a las andanzas de Enrique que tanto traían de cabeza a su marido.
-¿Qué ha hecho ahora el cabrón de tu primo?- Dijo Mercedes mientras ponía tres cuencos en la mesa.
-Ha intentado coger a los hijos de Pedro el de los quesos. Y sigue vistiendo con las pieles de las cabras por la noche. El padre Sebastian informará al Santo Oficio en breve.
-¡Pues me alegro! - Soltó Mercedes dejando caer con cuidado una cazuela de barro caliente.- ¡Ojalá y se lo lleven de una maldita vez y así deje en paz a esta familia!.
-Iré a hablar con él para que se vaya antes. Dijo Perico mientras se escuchaba como se abría la puerta del corralón y se sentían los cascos del mulo entrando en la cuadra.
-¡Joder, Perico! Siempre lo mismo.- Decía Mercedes mientras servía la sopa en los cuencos- Nunca te hace caso y la última vez casi le quiebra el brazo al niño. ¡Esta vez no te lo llevas!.
-¡El niño vendrá donde su padre diga y haré lo que tenga que hacer para que mi primo se vaya!- Metiendo la cuchara de acebuche en la sopa- No voy ha discutir más contigo mujer. Ahora vamos a comer.
Cuando el joven entró en la estancia que hacía la veces de comedor, salita y demás. Notó el ambiente cargado, y habiendo escuchado la última parte de la conversación no quiso decir nada y se puso a comer.

A la mañana siguiente padre e hijo salieron con el mulo hacia la sierra. Ya fuese por el frío, la discusión de ayer o la tensión de encontrarse con Enrique hizo que el silencio fuese el compañero de trayecto de los hombres.

Al llegar a la choza Perico se adelanto para llamar a su primo. Nadie ni nada contestaba en aquel lugar. - Quizá esté ya en las parideras.- dijo el joven. Asintiendo Perico siguió una vereda hasta llegar a la construcción de piedra donde estaban las cabras un tanto revueltas. Se escuchaba a una de ellas chillar con desesperación. Perico fue acercándose hacia la cabra desesperada. En cuanto abrió la puerta vio a una cabra fuertemente maneada y algo grande y peludo sodomizando al pobre animal. Rápidamente Enrique se apartó y recogió su miembro erecto entre el zamarrón de pieles que llevaba.
-¿Pero que haces animal?- Dijo Perico mientras agarraba a su primo y lo echaba fuera de la paridera. La cabra rendida se desplomó en el suelo de barro mientras por la puerta se entraba un cabritillo a su encuentro.
-¡Estas loco Enrique!. Tienes que irte de aquí, lejos, muy lejos. - Decía Perico mientras zarandeaba a su primo que ni se inmutaba.- Dicen que has intentado coger a los niños de Pedro y el cura traerá a la Inquisición para que te juzguen. ¡Debes irte Enrique! Llévate tu locura y mis desvelos lejos.
Perico lo dejó caer al suelo.
-¡Yo soy el macho aquí y tengo cubrir a mis hembras!. Maté al carnero en una pelea y ahora soy yo quien cuida de ellas. No puedo irme de aquí. Dijo ofendido Enrique.
-Me da igual lo que digas quieras o no, te irás. - Decía Perico mientras levantaba la mano.- No mancharas mi nombre ni el de mi hijo en un juicio de la Inquisición.
-¿Tu hijo?. -Riéndose se levantó Enrique.- Tu hijo va con una buena hembra por las dehesas según he visto. Quizás si me la traes pueda irme sin problemas. Seguro que aun es virgen ¿Verdad?
Perico se lanzó sobre su primo dándole un buen puñetazo.- Como te acerque a ellos la Inquisición va a ser el menor de tus problemas. ¿Me entiendes?.

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