lunes, 7 de mayo de 2012

Veinticinco... Minirelato

Ya he de volver, decir adiós y morir. La noche envuelve un yermo lugar rocoso y rodeado de un horizonte tan lejano como los días en los que dejé caer a trozos mi sonrisa.  Los ropajes oscuros me hacen un cómodo  favor ocultando mi figura en la nada.  Esa Nada tan negra e inexplicable dentro de la mente humana…
Sentado en lo alto de una roca, no por cansancio sino por hacer más paciente mi espera; miro mis manos despidiendo con recuerdos el tacto de su cuerpo y el calor de su piel desnuda; pensando si aquellos momentos fueron chorros furiosos de agua que gastaba de un lago que poco a poco secaba el último pedazo de vida.
El viento se alza nervioso actuando de funesto emisario. Él estaba llegando, su furia, su rabia y su caos envolvían mi cuerpo sabiendo que esta vez no podría frenar su propósito destructor, sabiendo que mi espíritu yacía en mi pecho en forma de cenizas ausentes de un calor que un día llegó a quemar al sol.
La tierra se partía en dos al paso de aquella mole que gritaba odio y ansía por sentir quebrar cada centímetro de mi cuerpo. El suelo temblaba y las rocas sueltas salían despedidas en todas direcciones. Una de ellas de escaso tamaño golpeó mi vientre con tanta violencia que mi cuerpo se postró en el suelo clavando la rodilla.  Instantes antes de que aquél monstruo me tocara alcé mi vista para ver sus ojos, su cara y su horror…
El estallido de energía cubrió la inmensidad, el sonido sordo y perpetuo paró el tiempo durante un solo segundo. Después todo quedo desvanecido, la tierra totalmente quemada y rota conquistó cada palmo del lugar…
Todo quedó destruido e inmóvil, todo menos unos jirones negros que el viento jugaba a no dejar caer en vano intento. Esos pedazos quedaron en el suelo, eso era el único recuerdo...

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